Uno de los errores que se cometen al abordar las consecuencias del cambio climático es que se miden sus efectos en la atmósfera cuando el principal efecto del efecto invernadero es que calienta los océanos.
La capacidad de acumular calor de los océanos es mil veces mayor que la capacidad de la atmósfera, es decir que el aumento de un grado en la temperatura del agua marina es mil veces más grave que el mismo cambio de la temperatura en verano en París.
Medir el cambio climático analizando la evolución de la temperatura en Nueva York es lo mismo que medir la potencia de un Formula 1 a partir de la fuerza del pie del piloto sobre el acelerador.
La ventaja es que el océano atempera la alteración del clima que resulta de la actividad humana, y el inconveniente es que las consecuencias son mucho más profundas.
Medir el cambio climático en la temperatura de la atmósfera es difícil por la variabilidad año a año, pero en el océano la medida es mucho más constante y por consiguiente la medición mucho más coherente.
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