En el CERN de
Ginebra hay un túnel bajo tierra en forma de anillo, de 27 kilómetros de longitud, por el que pasa un tubo en el que se ha hecho el vacío absoluto,
rodeado de enormes bobinas por las que pasa electricidad que crea un campo
electromagnético enorme continuo que genera un calor enorme pero que a su vez
está refrigerado a casi el cero absoluto, 273 grados centígrados bajo cero, en
el que introducen partículas cargadas (protones) mediante cañones que las
crean.
Se introducen en
ambos sentidos formando dos haces que se guían y aceleran mediante los
electroimanes a velocidades próximas a la de la luz, hasta que finalmente se
encaran en el centro de uno de los cuatro detectores del sistema para que choquen.
Los detectores
recogen las trazas de los trozos de los protones colisionados y graban toda la
información recogida en sistemas informáticos que a continuación se analizan
buscando patrones.
Cada patrón corresponde a la firma de una partícula, que se
descarta si ya es conocida, y al final quedan patrones inexplicables para los
que debemos decidir si corresponden a alguna partícula nueva o son simplemente
un error de medida.
Es el aparato más
sofisticado construido por la humanidad, incluidas las pirámides, las centrales
nucleares, las mayores presas, los mayores barcos, aviones y que sólo será superado
quizás por los reactores de fusión que vendrán.
Los protones de los
dos haces que circulan por el anillo en sentidos opuestos se alejan cada vez
que se cruzan a más velocidad que la de la luz sin embargo ninguno de los tres
observadores que podemos considerar, ni el observador humano ni el observador
que cabalgaría sobre cada haz, ve que nadie supere la velocidad de la luz.
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